Sarah Kay se ha reencarnado. En otro cuerpo, como el de miles de mujeres que aún no se animan a dar el gran salto. Dueñas de una fuerte personalidad y, en apariencia, seguras de sí mismas, resueltas y desenfadadas, son la antítesis de la mujer que decididamente desearían ser.
Profesionales o no, minas interesantes para la vista de cualquier tipo deseoso de encontrar algo más que un par de senos. Independientes y femeninas, abiertas, simpáticas y accesibles para entablar las más diversas conversaciones sobre los más variados temas. Política, religión, sexo y hasta pasión futbolera; hay que ver cómo se las ingenian para encarar semejantes diálogos en medio de la multitud sorda de un bar o boliche.
En principio, los tipos se prestan y hasta se entusiasman con la alocución de esta chica que demuestra tener algo más que un buen par de ojos. Pero al cabo de un rato, la urgencia del beso los empieza a correr, como si los minutos consumieran la noche y con ella, su capacidad de persuasión. Los hombres no deducen y no les interesa tampoco, que la elección como interlocutores es sinónimo de un primer paso para Sarah Kay. Ella desearía quedarse allí, en la profundidad de la charla sutil y sobreentendida. No le hace falta más.
Pero el instinto varonil es lo suficientemente enérgico como para ponerla a prueba y, en la mayoría de los casos, termina cediendo a los maquinales reflejos de sus compañeros interlocutores. Así las cosas, beso mediante, con el tiempo, léase con los años que lleva encima, ha logrado distenderse después del tan esperado besuqueo. Se relaja ella y se afloja él, para volver a arrebatarse transcurridos diez segundos, claro. Al parecer, la noche también se agota para ella y con ella, su capacidad efímera de regocijo.
En el fondo, es una mujer como todas, con deseos pospuestos y velados por vaya uno a saber qué razones. Presumo que se trata de inseguridades y temores propios de una persona que no se permite el más mínimo desliz.
Como sea y, al margen de todo análisis conductual, Sarah en sus diferentes facetas, de a poco se anima a ir más allá de sus límites. Pequeños grandes pasos para ella y toda su estructura impuesta. Se relaciona con individuos que nada tienen que ver con su idiosincrasia y lo sobrelleva bastante bien. Se muestra tal cual es y no le pesa. No obstante, todavía no cruzó la barrera del sexo casual y tampoco puedo afirmar que esté interesada en franquearla. Propuestas indecorosas no le faltan. La mayoría de los interlocutores que la cortejan y alcanzan la etapa beso, intentan convencerla de sus virtudes amatorias. Todos, claro está, sin éxito.
Sarah Kay les endulza el oído con la melodía de su voz, para concluir con un rotundo y categórico NO. Es terminante pero poco convincente, teniendo en cuenta la intensidad de sus caricias. No le interesa medir el punto límite de sus demostraciones de afecto. Suficiente con el NO. De todos modos, en varias oportunidades, se ve envuelta en situaciones embarazosas en las que jura y perjura no caer más.
Cuando un tipo le gusta verdaderamente desearía eternizar ese momento de gloria y satisfacción. Dilatar las caricias y permanecer en el letargo del beso dulce y pasional. Pero lo que para ella es un anhelo para los tipos es toda una hazaña. Y difícilmente encuentre un sujeto capaz de adherir a la cuarentena que ella propone. No los hay. Ya no quedan caballeros dispuestos a postergar sus viriles instintos en pos de merecer a las damas.
Quizás Sarah Kay sea la reencarnación de la mujer de otra época. O quizás sea una mujer como todas, con deseos postergados. Implacable y víctima de severas reglas auto impuestas que, sin embargo, apuesta al sueño de la liberación.
Profesionales o no, minas interesantes para la vista de cualquier tipo deseoso de encontrar algo más que un par de senos. Independientes y femeninas, abiertas, simpáticas y accesibles para entablar las más diversas conversaciones sobre los más variados temas. Política, religión, sexo y hasta pasión futbolera; hay que ver cómo se las ingenian para encarar semejantes diálogos en medio de la multitud sorda de un bar o boliche.
En principio, los tipos se prestan y hasta se entusiasman con la alocución de esta chica que demuestra tener algo más que un buen par de ojos. Pero al cabo de un rato, la urgencia del beso los empieza a correr, como si los minutos consumieran la noche y con ella, su capacidad de persuasión. Los hombres no deducen y no les interesa tampoco, que la elección como interlocutores es sinónimo de un primer paso para Sarah Kay. Ella desearía quedarse allí, en la profundidad de la charla sutil y sobreentendida. No le hace falta más.
Pero el instinto varonil es lo suficientemente enérgico como para ponerla a prueba y, en la mayoría de los casos, termina cediendo a los maquinales reflejos de sus compañeros interlocutores. Así las cosas, beso mediante, con el tiempo, léase con los años que lleva encima, ha logrado distenderse después del tan esperado besuqueo. Se relaja ella y se afloja él, para volver a arrebatarse transcurridos diez segundos, claro. Al parecer, la noche también se agota para ella y con ella, su capacidad efímera de regocijo.
En el fondo, es una mujer como todas, con deseos pospuestos y velados por vaya uno a saber qué razones. Presumo que se trata de inseguridades y temores propios de una persona que no se permite el más mínimo desliz.
Como sea y, al margen de todo análisis conductual, Sarah en sus diferentes facetas, de a poco se anima a ir más allá de sus límites. Pequeños grandes pasos para ella y toda su estructura impuesta. Se relaciona con individuos que nada tienen que ver con su idiosincrasia y lo sobrelleva bastante bien. Se muestra tal cual es y no le pesa. No obstante, todavía no cruzó la barrera del sexo casual y tampoco puedo afirmar que esté interesada en franquearla. Propuestas indecorosas no le faltan. La mayoría de los interlocutores que la cortejan y alcanzan la etapa beso, intentan convencerla de sus virtudes amatorias. Todos, claro está, sin éxito.
Sarah Kay les endulza el oído con la melodía de su voz, para concluir con un rotundo y categórico NO. Es terminante pero poco convincente, teniendo en cuenta la intensidad de sus caricias. No le interesa medir el punto límite de sus demostraciones de afecto. Suficiente con el NO. De todos modos, en varias oportunidades, se ve envuelta en situaciones embarazosas en las que jura y perjura no caer más.
Cuando un tipo le gusta verdaderamente desearía eternizar ese momento de gloria y satisfacción. Dilatar las caricias y permanecer en el letargo del beso dulce y pasional. Pero lo que para ella es un anhelo para los tipos es toda una hazaña. Y difícilmente encuentre un sujeto capaz de adherir a la cuarentena que ella propone. No los hay. Ya no quedan caballeros dispuestos a postergar sus viriles instintos en pos de merecer a las damas.
Quizás Sarah Kay sea la reencarnación de la mujer de otra época. O quizás sea una mujer como todas, con deseos postergados. Implacable y víctima de severas reglas auto impuestas que, sin embargo, apuesta al sueño de la liberación.
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