viernes, 27 de febrero de 2009

Reflexiones de Jésica Bisónica a los ocho años (textual)


No existía el blog, ni el "Face" ni otras yerbas, pero mini Jésica se las arreglaba para canalizar su pueril desparpajo... ¡Ya de chiquita se perfilaba!


PARA LA MUJER
“El libro del amor”

Cap. I: La gente se amaEl amor no tiene edad, uno se puede volver a enamorar a la edad de los cuarenta años, pero eso sí, tenga mucho cuidado con su esposo; recuerde que cuando se casó usted prometió no separarse nunca por nadie ni por nada; únicamente si usted es soltera, separada, divorciada o viuda... Pero en el caso de que sea casada, no engañe a su marido con otro.

Cap. II: La juventud confundidaCuando a una chica de 15, 16 años le gusta un chico para novio y divulga “lo quiero”, está confundida, porque no le ha llegado todavía el primer amor, por eso uno dice que es un “filito”.
Cuando las chicas dicen: “Ay, me dio un beso, por eso yo lo quiero”, están completamente equivocadas, la vida es larga y uno no se puede enamorar tan fácilmente.

Cap. III: El amor y nada másHay gente que dice “yo nunca me voy a casar porque me voy a arruinar la vida; si me quedo soltera es mejor porque nadie me mortifica, entonces me quedo soltera!”. Pero el amor es la vida aunque cueste luchar; sin amor no se puede vivir porque es lo mejor que Dios nos ha dado. En fin, ¡el amor y nada más!

Cap. IV: La hipocresía en el amorLa hipocresía en el amor significa que si vos tenés un novio que te engaña, no seas tonta!, vos lo tenés que amenazar con que lo vas a dejar o que vos también lo engañaste y entonces el chico se queda piola.

Cap. V: Los enamoradosLas chicas y chicos que ya son mayores de edad se enamoran por el primer beso que le das, porque están en la etapa de los enamorados. Pero si vos lo querés de verdad tenés que estar feliz porque la vida tiene amor y felicidad. Y si vos estás feliz y él también, entonces qué esperás para decirle: “Te quiero, por favor aceptame, sos el único amor de mi vida”.

Cap. VI: Tus padres, machacando tu amor
Hay padres que son malos y egoístas porque si la chica quiere a alguien que supongamos, es pobre, pero ella lo ama de verdad porque es su primer amor, los padres no lo aceptan. Vos no les hagas caso!, hacele caso a tu corazón porque ya sos una verdadera mujer. Entonces te vas a vivir sola y se te cumple el sueño. Después te casás y a la manchancha tus padres, vos no vas arruinar tu vida porque ellos te lo exijan. El amor es la felicidad y la felicidad es el amor.

Cap. VII: El casamientoHay mujeres que cuando se están por casar se ponen muy felices porque se casan queriendo y cuando entran a la iglesia se dicen: ¡esto es el sueño de mi vida! Mientras tanto, el novio, con esa cara de tachuela, sin decir nada. Pero cuando se casan, ¡qué hermoso!

Cap. VIII: El amor, ¡yo lo quiero!La felicidad es el amor tanto como el amor es la felicidad. Pero en la vida sólo hay un amor y nada más que uno. Vos querés a tu novio, él te quiere a vos, entonces casate y disfrutá de la vida! Porque el amor es uno solo!

Cap. IX: El amor, a través de la ruina
Hay parejas que se están por separar porque la mujer se da cuenta de que el hombre la engaña. Entonces la pobre y desgraciada mujer se arruina porque ella es la que sufre y no el marido, que no le importa nada porque total se va a vivir con la amante y la mujer se tiene que quedar con los hijos.
Chicas, no se dejen defraudar porque después nosotras pagamos los platos rotos. ¿Y ellos, qué?

miércoles, 25 de febrero de 2009

Una noche con las “groupies”

Jimena y Carla no imaginaron jamás la noche que les tocaría en suerte el pasado fin de semana.
Como de costumbre, se encontraron en el lugar clave de ambas, punto de partida de toda caravana nocturna que se precie de tal. Jimena llegó a horario a la cita, indicio favorable de una noche prometedora. Por lo general, Carla padece la impuntualidad característica de su compañera; sufrimiento exacerbado si se tiene en cuenta que Carla acude a ese encuentro semanal con el atuendo de ocasión: léase, alguna vez tuvo que aguantarla por más de media hora con una micro mini bajo las miradas de los para nada disimulados transeúntes; a lo que se sumó la compañía impuesta del portero del edificio, quien habrá interpretado que alivianaría tal angustia. En fin... en esta oportunidad no hubo reclamos, y fue así que ambas enfilaron directo y con prisa al reducto predilecto: “El Buen Bar”. No había otra opción para ellas, hasta que el tan amable y simpaticón muchachote de la puerta al que jamás conocerán por el nombre, les giró la cabeza con un rotundo y categórico NO. Desconcertadas, las chicas vieron volar sus ilusiones de una noche inigualable para terminar escogiendo la segunda y nunca mejor ponderada segunda alternativa: el bar que es una boca de lobo.
Allí entraron por la puerta grande, como bien lo merecen dos divas de tal calibre. Estaban dispuestas a pasar un buen rato y nada opacaría tal propósito. Allá fueron, derecho a la barra, no sin antes hacer gala de tamañas beldades. Con sendos vasos en sus manos, empezaron a ambientarse y, mientras hablaban de vaya uno a saber qué, Jimena vio la luz. Luz reflejada en los ojos de una estrella en ascenso del rock. Algo perturbada, le pasó la información a su amiga, quien, lejos de inquietarse, no tenía la menor idea de la identidad de aquel sujeto escoltado de un grupo de semejantes. Así las cosas, con los estelares a un metro, Jimena y Carla, hicieron de cuenta que nada, cuando en realidad, todo.
La conversación fluyó y las miradas se cruzaron, hasta que un hombrecillo de inexistente cabellera, se acercó y quebró el hielo. No acusó nombre, o las jóvenes sólo advirtieron que se trataba del bajista de la banda. Lejos de alborotarse, la cosa fluyó. Hasta el punto en que inmediatamente fueron invitadas a dirigirse a otro bar más acorde al género: llegado el momento del reggaeaton, no se figuraban al pelado meneando.
En hilera, cual comunidad rockera, se encaminaron hacia la puerta de salida, intentando hilvanar lo sucedido. Resistidas al inicio de la noche, abandonadas en su suerte y despojadas de la ilusión atesorada en el bar de al lado, de repente formaban parte del club selecto del rock. Toda una hazaña.
Caminaron más de la cuenta, teniendo en cuenta que Jimena, quizás por despiste, quizás por finalidad, alargó el trayecto hacia el nuevo destino. Más ataviadas de glamour que nunca, ingresaron al lugar de la mano de estos nobles caballeros de ropas raras y modos cordiales. Cero estrellato, cero narcisos y más comunes que el resto de los mortales que no nos dedicamos a la música. Cero estrellato, excepto por el cantante; imposible disimular su fachada rock star detrás de semejante beldad. Imposible no contemplarlo. De todos modos, ni una cosa ni la otra: ni el muchacho hizo grandiosa ostentación ni Carla se engatusó más de la cuenta. Igualmente no dio lugar: ambas chicas fueron diestramente custodiadas por bajista y tecladista, respectivamente; ya no habría chances para el primor.
Dos y dos, la velada transcurrió en un parloteo fluido entre las parejas. Nada hacía pensar que hasta hace unas horas, Jimena se embaucaba en las letras de estos tipos, presa del recuerdo de historias imperfectas.
Carla, por su parte, fiel a su naturaleza esquiva y cautelosa, no se ocupó en mostrar el menor interés sugestivo hacia su compañero, mientras que él, no dejó de meter bocadillo sobre las bondades físicas y de todo tipo de esta simpática cordobesa. Igualmente, el asunto fluyó y fluyó, como si se conocieran a través de esa música conocida y no conocida.
Pese a los intentos fallidos de su amiga por entonar la estrofa del célebre hit, Carla jamás lograría descifrarlo. Y, lejos de sentirse avergonzada o fuera de frecuencia, se apreció más diferente que nunca y lo disfrutó.
Las luces y el ruido hicieron lo suyo (eso por no echarle la culpa al poco de alcohol), y decidieron continuar la fiesta en otro espacio. Cada vez más en ascenso, cada vez más cerca del género: el templo del rock. Postergaron sus horas de sueño pre show para encaminarse al recinto anhelado. Llegados a destino, las chicas glamorosas se sintieron más groupies que nunca: una aglomeración en la puerta del lugar enfocada a un único punto, la banda, de la que, casualmente, formaban parte.
Cero estrellato, cero narcisos, eso dijimos. Haciendo gala de la racha que les tocó en suerte en “El Buen Bar”, tampoco lograron ingresar al templo del rock. No cabía la posibilidad de hacer semejante fila y menos a esa hora (eso por no echarle la culpa al poco de alcohol, segunda parte). Y pese a la insistencia de los concurrentes que aguardaban para entrar, este querido patovica tampoco cedería.
Así las cosas, dispusieron, léase los masculinos dispusieron, ya que las chicas rock sólo atinaron a dejarse llevar por los reflejos de sus músicos; resolvieron, entonces, cerrar la velada comiendo panchos en pleno boulevard San Juan.
Mientras el buen mozo del cantante engullía con vehemencia no uno, sino dos panchos, Jimena y Carla, vivieron con total naturalidad lo que para algunos podría significar un episodio un tanto estrafalario.
Pero lo verdaderamente extravagante vino después: de repente y sin aviso, una mujercita de unos veinte años recién cumplidos se plantó frente al primor con absoluto descaro. Con mirada lasciva y el menor de los decoros, el mismo que Carla atesora tanto, esta jovencita chillona con ínfulas de fan, no se acercó en busca de un inocente autógrafo, sino que fue más allá, pretendiendo, a todas luces, poseer ese objeto de admiración y deseo. Ésta sí que era una auténtica groupie y, de las más serviciales...
Las chicas angelicales no tenían qué hacer al lado de semejante obviedad. De todas maneras, y a rigor de los acontecimientos sucedidos, parece que el buen mozo le hizo agua a la señorita desvergonzada.
Lo que sigue, el esperado final feliz y predecible: de Jimena no voy a hacer mención, mientras que de Carla me atrevo a decir que, radiante y contenta (y eso que no consumió ni medio pancho), se zambulló fresca y algo tambaleante en el taxi que la dejaría en su casa. Del tecladista y del bajista... no pretenderán que revelemos el paradero. Sólo es rock y las chicas angelicales van por más.-

lunes, 23 de febrero de 2009

Jésica Bisónica

Jésica Bisónica es una chica común de rasgos característicos. Su pelo es lacio, por lo general lo lleva suelto y, solamente una vez, se atrevió a un drástico cambio de look, el que se debió, según indican, a los impulsos de un amor contrariado.
Sus ojos son grandes y oscuros; expresivos, tanto o más que su locuacidad característica. Cuando habla gesticula y se pronuncia con todo su cuerpo. Tiene el don de la palabra justa e ilustrada y, detrás de esa fachada de niña bien, es una leona mordaz e incisiva. Maneja a la perfección el arte de la sutileza y la diplomacia. No obstante, es presa y víctima de sus constantes impulsos que la han llevado a cometer las más impensadas atrocidades. Barbaries relacionadas, la mayoría, a cuestiones amorosas y/o amatorias y/o pasionales.
Jésica siempre está impecable. Se viste a la moda y aparenta estar prolija y acorde a las circunstancias. Casi casi una compradora compulsiva; su afán por la ropa es directamente proporcional a su coquetería. Antojadiza de cada remerita que ve cuando va o vuelve del gimnasio, pareciera que el ejercicio físico incitara tal compulsión. Como sea, es una de las tantas mujeres que canaliza sus sinsabores en la industria indumentaria. No así en la peluquería, a la que sólo recurre cuando ya no puede más con su lacia melena.
Dijimos que era coqueta, sí. Practica localizada desde hace ya más de un año y lo que empezó como una rutina “modeladora de”, se convirtió en uno de sus hábitos predilectos. Su profesor favorito: el de la clase de las 21 horas, que con el objetivo de alentar al alumnado femenino, las llama yeguas o perras en celo, en su defecto. Dichos epítetos, lejos de escandalizarlas, sirven para motivar a la prole a la hora de enfrentar las crueles sentadillas.
Si bien no es una adolescente, ya que objetivamente no estaría en edad de serlo, en muchas ocasiones se comporta como tal. Tiene una edad cronológica que no condice con algunos aspectos de su vida. De hecho, casi nunca le aciertan la edad y los hombres que se le acercan, por lo general, son menores que ella. Una más de las razones que la llevan a seguir sola.
Es sumamente exigente, por no decir exageradamente exigente con ella y con lo que espera de los demás, y se engatusa fácilmente con los masculinos difíciles y contrariados. La señorita Bisónica le hace agua a los tipos accesibles, abiertos y francos. Será que en el fondo no está preparada para asumir ningún compromiso.
Caprichosa e indecisa, dos de sus rasgos sobresalientes. No hay hombre que le venga bien, no hay cartera que le venga bien, no hay nada que le venga bien... siempre tiene que sopesar entre dos alternativas, para terminar eligiendo, claro, la opción más desafortunada.
Blanco de los más variados desencantos, Jésica se rehúsa a aprender la lección, recayendo una y otra y otra vez en las garras de esos sagaces perros que la cautivan. Y aún siendo consciente de tamaña osadía, no cede en sus pretensiones: tal vez algún día logre apaciguar a alguna fiera que valga la pena. Por el momento, se enmaraña y lo padece. Se embrolla, se confunde, recupera el juicio y cae otra vez. Si depositara la mitad de esa energía malgastada en ella... ¡Cuánto derroche, Jésica!
Inteligente, astuta y rápida en todo: números, crucigramas, respuestas, reflexiones... Para cuándo esa misma celeridad llevada a los hombres, mujer! Pocas veces vi tamañas vueltas para dar un pie o un guiño evidente y concreto a un tipo! ¡Basta de sutilezas y cosas no dichas y sobrentendidas! Los masculinos son elementales por naturaleza, y tu agudeza e ingenio para hacerte entender no son ni serán captados! ¡Jamás! A menos que aparezca un varón de esos que ya no hay! Espécimen que seguramente no encontrarás en ninguno de esos reductos nocturnos a los que frecuentas. Los boliches, bares, pubs y demás antros no fueron hechos para tal fin. Las piezas del rompecabezas amoroso, por lo general, encajan en otros ámbitos: oficina, gimnasio, amigos de amigos, portero, cartero, etc. Jamás de los jamases, salvo raras excepciones, una pista de boliche hace las veces de plataforma sentimental “con miras a”.
Jésica Bisónica es la expresividad y el desparpajo en persona. No vacila en manifestar todas y cada una de sus extravagancias verbales; hace uso y abuso de su inconfundible timbre de voz y aprovecha la amplitud de su vocabulario para pronunciarse en todos los sentidos. Utiliza términos que ya no aplican y los impone, tanto así que se ha convertido en casi una referente lingüística entre sus amistades. Es una tipa macanuda y se hace querer, o eso parece, a la luz de las demostraciones de afecto que recibe a diario.
Ama escribir. Teje historias como nadie y su aspiración más profunda nada tiene que ver con la elección de su segunda carrera universitaria. Otra más de las tantas contradicciones que la caracterizan.
Jésica Bisónica es una chica común, más bien peculiar, diría yo. Su pelo es lacio, su voz, inconfundible y rara vez se anima a los grandes cambios. Típica y predecible, así y todo, está empezando a desatar sus nudos. ¡En buena hora, Jésica!.-

La leyenda de Sarah

Sarah Kay se ha reencarnado. En otro cuerpo, como el de miles de mujeres que aún no se animan a dar el gran salto. Dueñas de una fuerte personalidad y, en apariencia, seguras de sí mismas, resueltas y desenfadadas, son la antítesis de la mujer que decididamente desearían ser.
Profesionales o no, minas interesantes para la vista de cualquier tipo deseoso de encontrar algo más que un par de senos. Independientes y femeninas, abiertas, simpáticas y accesibles para entablar las más diversas conversaciones sobre los más variados temas. Política, religión, sexo y hasta pasión futbolera; hay que ver cómo se las ingenian para encarar semejantes diálogos en medio de la multitud sorda de un bar o boliche.
En principio, los tipos se prestan y hasta se entusiasman con la alocución de esta chica que demuestra tener algo más que un buen par de ojos. Pero al cabo de un rato, la urgencia del beso los empieza a correr, como si los minutos consumieran la noche y con ella, su capacidad de persuasión. Los hombres no deducen y no les interesa tampoco, que la elección como interlocutores es sinónimo de un primer paso para Sarah Kay. Ella desearía quedarse allí, en la profundidad de la charla sutil y sobreentendida. No le hace falta más.
Pero el instinto varonil es lo suficientemente enérgico como para ponerla a prueba y, en la mayoría de los casos, termina cediendo a los maquinales reflejos de sus compañeros interlocutores. Así las cosas, beso mediante, con el tiempo, léase con los años que lleva encima, ha logrado distenderse después del tan esperado besuqueo. Se relaja ella y se afloja él, para volver a arrebatarse transcurridos diez segundos, claro. Al parecer, la noche también se agota para ella y con ella, su capacidad efímera de regocijo.
En el fondo, es una mujer como todas, con deseos pospuestos y velados por vaya uno a saber qué razones. Presumo que se trata de inseguridades y temores propios de una persona que no se permite el más mínimo desliz.
Como sea y, al margen de todo análisis conductual, Sarah en sus diferentes facetas, de a poco se anima a ir más allá de sus límites. Pequeños grandes pasos para ella y toda su estructura impuesta. Se relaciona con individuos que nada tienen que ver con su idiosincrasia y lo sobrelleva bastante bien. Se muestra tal cual es y no le pesa. No obstante, todavía no cruzó la barrera del sexo casual y tampoco puedo afirmar que esté interesada en franquearla. Propuestas indecorosas no le faltan. La mayoría de los interlocutores que la cortejan y alcanzan la etapa beso, intentan convencerla de sus virtudes amatorias. Todos, claro está, sin éxito.
Sarah Kay les endulza el oído con la melodía de su voz, para concluir con un rotundo y categórico NO. Es terminante pero poco convincente, teniendo en cuenta la intensidad de sus caricias. No le interesa medir el punto límite de sus demostraciones de afecto. Suficiente con el NO. De todos modos, en varias oportunidades, se ve envuelta en situaciones embarazosas en las que jura y perjura no caer más.
Cuando un tipo le gusta verdaderamente desearía eternizar ese momento de gloria y satisfacción. Dilatar las caricias y permanecer en el letargo del beso dulce y pasional. Pero lo que para ella es un anhelo para los tipos es toda una hazaña. Y difícilmente encuentre un sujeto capaz de adherir a la cuarentena que ella propone. No los hay. Ya no quedan caballeros dispuestos a postergar sus viriles instintos en pos de merecer a las damas.
Quizás Sarah Kay sea la reencarnación de la mujer de otra época. O quizás sea una mujer como todas, con deseos postergados. Implacable y víctima de severas reglas auto impuestas que, sin embargo, apuesta al sueño de la liberación.

Maquillaje


Me desquicié. Me aturdí. Derrapé. Hubo un momento en que vos, todo, frío y narciso, insensible, poco caballero, te convertiste en foco de mis inseguridades. Cruzaste la barrera del posible touch and go para instalarte en los confines de mi más absoluta inconciencia. Ésa que todos tenemos, más o menos exacerbada; inconciencia que, a la luz de los acontecimientos que a continuación describiré, me representa sobremanera.
Áspero y poco interesante a la vista de una chica sensible y cuadrada como yo; así y todo, te atravesaste. Y ahora que el desquicio pasó y que la espuma bajó y que el delirio dio paso a esta pseudo sensatez, ahora puedo verme a través de una imagen ajena.
Me quité el maquillaje de los ojos. Me saqué la venda. Todo vos fuiste mero maquillaje. Y ¿por qué vos? Ni idea. Supongo que un poco de autodestrucción y otro tanto de boicot propio. Soy típica, soy cursi, soy lo menos de lo menos para vos y sos lo menos de lo menos para mí. ¿Qué parte de la película me prendió? ¿Fueron mis excesivas flaquezas, mis historias truncas, mis manías, mi falsa modestia? ¿Qué me prendió de vos, nene? Si vos es una palabra que no va con esta historia. Vos no cabe. Sí el papel que te asigné y te calzó a la perfección. Tejí la quimera que mejor me vino y me fui.
Me fui, volví, descarrilé y ¿volví? ¿Logré volver o estoy en tránsito?
A veces el ser humano es preso de los más variados vicios. ¿El mío? Mi incansable obstinación de buscar y buscar en los lugares más desacertados.
Soy tenaz, soy caprichosa, soy una roca. Fui y soy una artista a la hora de tejer historias. Ajenas y propias. Mi pasión por la escritura es directamente proporcional a mi silenciada pretensión de un amor completo. Ése que nos golpea de súbito y nos cambia.
Quise girar mi vida, monótona y aburrida. Quise darle una vuelta de rosca poniendo todo, absolutamente todo, en el afuera. En el otro, en el afuera, en vos, en el afuera, en todo, menos en mí. Error, y me equivoqué. Error renovado cada vez que busco respuestas absolutamente predecibles y vacías. Fuiste y sos la nada misma. Y sobre la nada estoy escribiendo. Síntoma más que claro de mi tamaña inconsistencia.
Si tuviera que describir las razones para no encandilarme con vos, casualmente son las mismas que me alejaron de aquel otro amor obsesivo y pernicioso. ¿Casualmente vuelvo a caer en las mismas conclusiones?
Cubrir espacios. Taparlos hasta llenarlos de lodo y volver a escarbar. En otro lugar, en otra historia, en otro sujeto o en otro objeto. Siempre exterior. Siempre fachada. Siempre ajeno.
¿Aprenderé algún día? Tantas veces me miré y me hice la misma pregunta. Tantas veces, una más, la respuesta es la misma. Ya es hora.-

Roxana, psicóloga profesional

Para comenzar les diré que el nombre de mi psicóloga es Roxana. Su pelo es oscuro y sus rulos parecen contar con la ayuda extra de la última crema para peinar “rizos perfectos”. Tan alta que cuando me despido de ella hasta la próxima, agradezco en silencio el uso de las sillas en las sesiones. Es una tipa macanuda y tiene la palabra justa en el momento exacto. Es precisa a la hora de meter un bocadillo en medio de mis corrientes monólogos compulsivos y sabe interpretar, como nadie, mis incoherencias y mis enredos.
Habitualmente me atiende los martes, en el horario de las 13. Su departamento hace las veces de consultorio o al menos yo estoy convencida de que ella vive ahí. Quién sabe... Nunca indagué en su vida ni me atrevería a hacerlo. Pero intuyo que no está casada y que tampoco tiene hijos; las que pintamos para solteronas tenemos desarrollado el olfato para detectar a las que forman parte de nuestro club.
Tiene una mirada fuerte y sin embargo me transmite tanta calma... Cada vez que la escucho me convenzo más de que mi locura es innata y no tiene vuelta: soy así y así subsistiré el resto de mi existencia.
Hace más de un año que la frecuento y con seguridad, es la quinta terapeuta que se ha atrevido a cargar con tamaña responsabilidad! Es mi quinta terapeuta y la mejor: nadie, hasta ahora, le dio tanto en el clavo como ella. Ay Roxana Roxana, que sería de mí, sin ti!
Si bien no he desarrollado el síndrome psico-dependencia y lejos estoy de eso, Roxana es un pilar importante y valioso en mi complicado existir.
Y no es quiera persuadir a nadie de que consulte a un psicólogo o profesional de la salud mental o consejero o asesor espiritual o como quieran llamarle... Si con hablar en voz alta o frente a un afecto, les sirve, bienvenido sea! En lo personal, nada de eso, y eso que hablo hasta por los codos y hasta canto, y escribo y me expreso y gesticulo y exteriorizo y bla bla bla... Pero nada como una sesión con Roxana: en una cita semanal de 45 minutos logra lo que nadie: QUE LA ESCUCHE! e internalice cada una de sus palabras y pueda aplicarlas en mi vida. Que si la terapia me solucionó la vida? Nooo, nada de eso! Cada vez me convenzo más de que mi locura es innata y no tiene vuelta: soy así y de eso se trata: SUBSISTIRÉ!

¡Típica!

Esta tarde, mientras degustaba la merienda (el pan negro de siempre con la mermelada “light” de siempre) y a la hora habitual en que suelo tomarla, un pensamiento trivial se fijó en mi cabeza: ¡soy tan típica! Y hasta para un hábito tan corriente como la merienda!
La idea, en principio, me pareció insustancial, pero luego comprendí que no lo era tanto, ya que esta característica de mi personalidad se refleja en todos y cada de uno de mis actos, o por lo menos en los más importantes.
Por supuesto que tamaña reflexión no habría de interrumpir mi merienda ni mucho menos, así es que decidí continuar con mi ritmo habitual: terminé el poco de café que me quedaba y rápidamente me alisté para irme a la facultad.
Al salir de mi casa, y tomar el colectivo a la misma hora: el A8 pasa a las 17:42 horas, según expresa el boleto. Al salir de mi casa, les decía, y comprobar que sigo teniendo la misma costumbre de hace muuuchos años atrás: todavía me fijo si el boleto es capicúa! Al salir de mi casa comprendí que mi especulación anterior no era exagerada: soy tan típica que tamaña particularidad de mi ser debía ser analizada con mayor profundidad.
¿Y en qué situaciones soy típica? ¿Soy más o menos típica y dependiendo de qué?
Soy típica cuando salgo a la calle, no sin antes asegurarme de tener el cubre ojeras puesto. Y soy tan típica que cuando llega alguien a mi casa (alguna vez llegó alguien más que interesante), lo recibo en pantuflas y pijama y mientras más demacrada, mejor!
Soy típica cuando en mi afán de tener organizada la vida, compro esa crema con coenzima Q10 que al final termino no usando, antes de que el pote anterior se acabe. Soy tan típica que me anticipo a los hechos y termino con el placard repleto de reservas de perfumería!
Y si hablamos de tipicidad, el primer puesto, sin dudas, los preparativos de mis viajes. En el último, a Mendoza, armé la valija más grande (teniendo en cuenta que me compré un set de cuatro), y a último momento me dio vergüenza ajena y cambié la de tamaño extra large por una más acorde a la estadía: eran sólo cinco días! Si hubieran visto mi cara cuando me percaté de que era demasiada ropa, o demasiada valija, porque igualmente le hice lugar al secador de pelo y a las variadas carteras combinadas con cada uno de los atuendos preseleccionados para cada día y ocasión de la estadía! ¡Típica!
Como verán, rasgos de tipicidad no me faltan. Soy tan típica que no hace tanto, me vi en el apuro de hacer desaparecer mi paraguas escocés mojado en medio de un boliche cien por ciento rock and roll. Era una noche lluviosa, había que caminar un trayecto y no estaba en mis planes llegar hecha sopa! ¡Típica!
Finalmente, y haciendo uso y abuso de mi condición, soy tan típica, que sigo esperando alguna señal de ese sujeto típico que conocí aquel sábado a la noche.
Y podría seguir sumando ejemplos indefinidamente...
Lo cierto es que a veces no reparamos en los rasgos más comunes de nuestra naturaleza. O no nos hacemos el tiempo o no nos interesa. Está demostrado que lo soy: digo, lo de típica, de eso hablo. Soy tan típica, y he llegado a la conclusión de que lo soy y lo seré por el resto de mi típica existencia. Y he arribado a otra conclusión, más interesante y más valiosa: no me molesta serlo!