jueves, 26 de marzo de 2009

La Lucanera



Timbre. 20.17 horas, según acusa el reloj. Lucanera se aproxima con dos minutos de retraso, teniendo en cuenta que la clase comienza a las 20.15. Su andar es pachorro, pesado, como si viniera de darse un tremendo atracón, de esos que te dejan cuasi inmóvil.
Ingresa al aula arrastrando los pies. Por supuesto, los alumnos la siguen con el mismo poco entusiasmo. No se toma más de dos o tres minutos en chequear el libro de temas. No hay tiempo que perder. Los asientos contables son prioridad y hay que liquidar tres cuestiones en nada menos que dos horas. Por algo le pagan. Lucanera está al servicio de la educación pública y, por tanto, su responsabilidad debe ser tomada como tal. Su sueldo sale de nuestros bolsillos, según textuales y reiteradas palabras de la comprometida y escrupulosa profesora de Contabilidad.
Enseguida se pone al frente de la clase. Tiza en mano, comienza a vislumbrarse en la pizarra la interminable ensalada alfanumérica de siempre. Mientras algunos parecen regocijarse con los “problemitas” planteados, como si estuvieran descifrando uno de esos crucigramas entretenidísimos que ofrecen algunos suplementos sabáticos; otros (la mayoría, claro está), revolean los ojos como queriendo captar “algo” de lo incomprensible que Lucanera acaba de explicar. A ella parece no afectarle quién entiende y quién no. Avanza, avanza y avanza. Con prisa y sin pausa, como queriendo anticiparse a la finalización del programa académico y ahí sí, recién ahí estará en condiciones de hacer un alto en las cabezas secas de sus jóvenes discípulos. Lucanera se consume y los consume; en un encuentro semanal, los exprime, los agota y extenúa, con el fin de revalidar su vocación y/u obsesión educadora.
21.05. Un grupito de alumnas bochincheras, pero no por ello, malas estudiantes, advierte que todavía resta una hora y diez minutos para que finalice el calvario. Una hora y diez minutos de cabezas literalmente abombadas. Así y todo, prosiguen con la seguidilla de problemitas indescifrables y entretenidos. Si algo debemos reconocerle a Lucanera es su capacidad de mantener la poca atención que a esa altura subsiste en el aula. Quizás esta virtud se deba, en buena medida, a su manera de expresarse y meter bocadillos políticamente incorrectos pero efectivos a la hora de refrescar esas cabezas secas y exprimidas. Lucanera es un poco malhablada, sí. Pero sus excesos verbales son los que equilibran la balanza; y en el fondo se la quiere por ser cómo es: una obsesiva de los números, estrictísima con los horarios, pero cómplice del mismo lenguaje de esos jóvenes escolares.
La educadora es así: mezcla de chabacana y erudita en las cuentas. Pachorra en su caminar pero ligerísima a la hora de agotar los variados temas de su agenda académica. Pesimista y poco entusiasta; tal vez ello se debe a su reciente y confesada separación. Lucanera no representa, precisamente, el derroche de optimismo y algarabía en persona. En la mayoría de las ocasiones (léase, en aquellas oportunidades en las que no está dictando su tan celebrada cátedra) se la ve cabizbaja y algo desanimada, como si las clases la encendieran y la reencontraran con su verdadera esencia jovial y chispeante. Por lo pronto, y a la luz de su apariencia un tanto desatendida, necesita un rotundo y riguroso cambio de look. Un buen corte de pelo, una efectiva y prolija coloración de sus mechas, anteojos e indumentaria un poco más chic... en definitiva, un “aire nuevo y fresco” que la recicle y le ofrezca una versión mejorada de sí misma. Tal vez así Lucanera se relaje un poco y afloje en hacer un alto en las cabezas secas de esos jóvenes discípulos. Que así sea.-

miércoles, 18 de marzo de 2009

Figurita repetida

Número desconocido. “No me molestes más. Estoy en otra. Se terminó hace rato”. Tu-tu-tu-tu.
¿Acaso no tiene dignidad? Un poco de amor propio no le vendría mal. El mismo que le sobra al patán que te quita el sueño. “Todo vuelve”, te aseguró; “y te garantizo que ningún otro tipo va a estar atrás tuyo. La indiferencia se te va a volver en contra”. Parece que el presagio del ex en cuestión no fue tan desmesurado, después de
todo.
Mientras el primero te agobia, el otro se te escapa. Uno se tiende a tus pies, por el otro estás a sus pies. El uno se arrastra, mientras el otro se muestra demasiado erguido como para que lo abordes. El uno no quiere otra cosa más que poseerte, el otro no hace otra cosa más que ahuyentarte.
Así son las cosas. Paradojas de una misma trama en la que la implicada número uno sos vos, precisamente. Mucha tela para cortar si nos detuviéramos a analizar semejante contraste.
Número desconocido. Llamando al patán. Necesitás escuchar un hola refrigerado y áspero como él. Necesitás revalidar su apatía para volver a armarte para la conquista. “Hola”, se oye, entre un indescifrable murmullo. (¿Con quién estará? Seguramente rodeado de alguna chirusa que le arrastra el ala). “Hola”. Tu-tu-tu-tu. Ni siquiera te concede el privilegio de cortar la efímera comunicación. Perro.
Indiferente el uno, obseso el otro. La figurita difícil del álbum y esa misma repetida hasta el cansancio. La figurita difícil por la que resignaste hasta la última moneda. La figurita difícil del capricho y la obstinación infantil. Por otro lado, la insulsa, esa figurita vacía y reiterada que alguna vez fuera la más importante de tu álbum... ¿Quién lo creería?
Y todo por el mismo precio. Dos caras de una misma moneda disputándose el podio del mayor absurdo. Con uno lidiás y subsistís a la defensiva. Con el otro te armás e intentás atacar por todos los frentes. Sin el menor de los éxitos, claro está. No se deja, no quiere, ni siquiera se resiste a tus ridículas embestidas. Y mientras más grotescas tus intenciones con el insensible rufián, más esmero pone el indigno ex. Como si olfateara el escenario y no quisiera dejarte al margen de tamaña faena. Para bochornosos, mejor que sean dos.
Vos acometés con empeño desmedido pero el patán no se imagina que sos tan víctima como él, o más. Seguramente intuye que nadie, en su sano juicio, se embaucaría con semejante espécimen femenino. Como sea, lo que el malparido piense acerca de tu persona, ni afecta ya. Es un no categórico y rotundo, punto de partida de tu incesante empecinamiento. El patán se resiste y el indigno no para.
Número desconocido. “Te dije que no me molestes más. Se terminó, concluyó, finiquitó, caducó. ¿Cómo te lo tengo que decir?”
Tu-tu-tu-tu.
Por el momento, parece no haber razones suficientes que lo hagan desistir de la “operación re-conquista”. Aunque a esta altura, y teniendo en cuenta tus reiterados desplantes, no creo que seas más que un trofeo de guerra para un hombre que insiste más por amor propio que por otra cosa. De todos modos, no le doy mucho tiempo más a su insensatez. Ni bien consiga un hombro o alguna otra parte del cuerpo que lo haga feliz, ahí mismo se olvida del tan ansiado trofeo. Garantizado.
Respecto a la figurita difícil, se te acabaron los pretextos para salir al cruce. Ya no hay coartada posible, verosímil o inverosímil. No las hay. Se agotaron con vos y con tu inconmensurable capacidad de enredo.
El patán se resiste o se resistía (depositemos un voto de confianza a tu amor propio) y el indigno no para... hasta que se detenga.
¡Cuánta tela para cortar si nos detuviéramos a analizar semejante contraste! ¡Pero nada es fortuito! ¡Y mucho menos las figuritas con las que elegís jugar! ¿Será hora de cambiarlas?:)

martes, 17 de marzo de 2009

Operación clausura


Soberbio. Altanero. Orgulloso. Presumido. Engreído y petulante. Perro astuto. Huidizo. Escurridizo. Patán. Emocionalmente tarado. Mal tipo, bah.
Nadie, en su sano juicio, se atrevería a involucrarse con un sujeto de tales características. Nadie, excepto Jésica. O las miles de mujeres como ella, que se embaucan en historias de esta naturaleza con finales previsiblemente infelices.
¡Ay Jésica Jésica y tu maldita costumbre de hacerle agua a los “buenos partidos”! ¡Mamá tenía razón cuando decía que es el hombre quien debe estar a merced de su conquista! ¡Y no al revés, mujer! ¿A quién se le ocurre seguir prendida de semejante trama siniestra? ¡Libérate, chica fuego! ¡Déjalo ir, despréndete! Lo pasado, ya pasó. Los besos que te dio, la única caricia que te procuró, esa palabra no dicha... no esperes que te reconozca, no esperes que alguna vez se dé cuenta de quién fuiste o quién sos... ¡Eso no va a ocurrir! ¡Tampoco permitas que tu equilibrio emocional dependa de ello! ¡Es sólo un patán! Uno de los tantos que se cruzarán en tu camino hasta tanto te aburras de la misma novela.
Suelta el resentimiento. No le des más rosca al asunto. Si vas por la vida dejando "puertas abiertas", nunca podrás despegarte ni vivir el presente con satisfacción.
¿Posibilidades de regresar? (¿a qué?) ¿Necesidad de aclaraciones? (¡suficientes ya!) ¿Palabras que no pronunciaste? ¿Silencios que aún te invaden? Si puedes enfrentarlos ya, ahora, hazlo, si no, déjalos ir, cierra el capítulo. Pero no por mero orgullo, sino, porque ya no encajas allí, ni en ese lugar, ni en esa situación.
Ya no sos la misma. No hay nada a qué volver. Cierra la puerta, da vuelta la página, cierra el círculo. Recuerda que nada ni nadie es indispensable. Ni una persona, ni un rufián, ni ese rufián... Sólo es costumbre, apego, necesidad. Pero cierra, clausura, limpia, tira, oxigena, despréndete, sacúdete, suéltate.
La vida es hacia adelante, nunca hacia atrás. Es un proceso de aprender a desprenderse.
Si insistes en permanecer "revolcándote" en los porqué, en rebobinar el mismísimo cassette y tratar de entender por qué sucedió tal o cual hecho, el desgaste va a ser infinito e innecesario!
¡La vida se te pasa, Jésica, y mientras los patanes se reciclan, sólo quedás vos y tu ansiado proyecto de felicidad. ¡A vivir!